20×20 imagenes · notas

The Extrajudicial Execution of Pedro
San Pablo, Bolívar · 1994
María Yánez Acosta sostiene una foto plastificada de su hijo Pedro Antonio Monterrosa Yánez. Era la única imagen que tenía de su único hijo, la cual fue tomada poco antes de su desaparición y asesinato por soldados del Ejército colombiano.
En la imagen, Pedro Antonio está sentado en el suelo con su novia. Era su primera cita y parece un poco cohibido, con su brazo izquierdo descansando suavemente sobre la espalda de la chica en un abrazo suelto. Cuando su madre encontró su cuerpo sin vida en el cementerio de San Pablo en el sur del Departamento de Bolívar dos semanas después de su desaparición, ambos brazos del chico habían sido quebrados. Era evidente que lo habían torturado antes de asesinarlo. Él era uno de los 18 cadáveres sucios y ensangrentados vestidos con uniformes militares, dispuestos en el cementerio, donde habían sido llevados en un helicóptero por el Ejército colombiano.
Pedro había ido a trabajar a la finca de su tío en las afueras de San Pablo, en el sur del Departamento de Bolívar de donde lo había llevado una unidad móvil del ejército. Testigos dijeron que lo vieron caminando al frente de los soldados errantes una semana después de su desaparición inicial. Todavía llevaba la misma ropa civil en la que lo habían llevado. No hubo más avistamientos reportados hasta que su madre encontró su cadáver en el cementerio vestido como guerrillero. Había sido “dado de baja” en combate el 22 de febrero de 1994 según el informe del Batallón de Contraguerrilla No. 17 Motilones – Brigada Móvil No. 2.
La foto fue tomada en diciembre de 1994 después de que había estado en el país durante un par de semanas. Los soldados asesinaron a Pedro en febrero y el caso fue denunciado por CREDHOS, una ONG que trabajaba con víctimas. Yo acompañaba a uno de sus trabajadores de derechos humanos, Marco Tulio, para informar sobre el conflicto en la región. Cuando regresé unos meses después para seguir informando sobre los casos, Marco Tulio había tenido que huir del país después de recibir numerosas amenazas de muerte.
Era relativamente común en la zona que el Ejército colombiano tomara a campesinos, los asesinara y luego presentara sus cuerpos como los de guerrilleros muertos en combate, una práctica que más de una década y tres presidentes después se llamaría “falsos positivos.”

Milicias Populares 6 y 7 de noviembre
Barrio La Sierra, Medellín · 1995
Tres jóvenes de las Milicias Populares del Pueblo para el Pueblo – 6 y 7 de Noviembre posan para una fotografía en el barrio Sierra de Medellín en abril de 1995.
Yo vivía en la parte centro-oriental de la ciudad, en uno de los numerosos barrios pobres que predominan en el norte, este lejano y oeste lejano de la ciudad, que casi sin excepción eran territorios donde abundaban una multitud de conflictos internos entre diferentes pandillas. Algunas pandillas eran nominalmente milicias guerrilleras y otras estaban vinculadas al narcotráfico, pero la mayoría eran pandillas locales que habían quedado sin control después de la muerte de Pablo Escobar poco más de un año antes.
La milicia 6 y 7 de Noviembre era un grupo que contendía contra la expansión de la pandilla Cañada que controlaba el barrio en el que yo vivía, Villa Lilian. También había otras pandillas, como la Arenera y Santa Lucía, y de un momento a otro, cada una luchaba o había luchado con las demás en lo que era un sancocho homicida de grupos armados. La mayoría de los jóvenes de cualquiera de los barrios no estaban involucrados en los conflictos y tenían que negociar las fronteras y las alianzas cambiantes, a veces de semana en semana. Era complicado tener que equilibrar todos estos factores y cuando los grupos se peleaban o se reconciliaban, podía haber repercusiones para aquellos que eran arrojados como despojos en las mareas de violencia que iban de un lado a otro. Perdí a muchos amigos debido a estas políticas cambiantes y a los asesinatos que las seguían, y finalmente fui evacuado de donde vivía por la comunidad cuando un amigo fue asesinado a tiros frente a la casa mientras conversaba con él.
Cuando llegué a Villa Lilian, solía caminar entre los barrios con un amigo del grupo juvenil local que bromeaba diciendo que éramos como la Cruz Roja Internacional, moviéndonos entre y detrás de las líneas con cierta medida de inmunidad. Eso terminó cuando los enfrentamientos entre las milicias y la Cañada se convirtieron en un acontecimiento casi diario y por las noches nos sentábamos en el suelo de cemento de la casa a la que fui evacuado y escuchábamos los disparos, los petardos y los insultos gritados a través de la frontera, que era donde estaba situada la casa en la que encontré refugio, al igual que la casa de la que fui evacuado.
Para tomar las fotografías de las milicias aquella noche, tenía que viajar al centro de la ciudad y luego tomar un colectivo de regreso, subiendo la ladera y pasando por la puerta de mi casa y más arriba para llegar al terminal de colectivos de la Sierra. Al subir el vehiculo, tenía que ser la primera persona en meterme en la parte trasera del vehículo, oculto bajo la capota de lona y fuera de la vista. Siempre existía el peligro de que la pandilla de la Cañada detuviera el colectivo y obligara a todos a bajar. Habían hecho ésto en algunas ocasiones anteriores y habían asesinado a familiares de milicianos al lado del colectivo, a pesar de que no tenían nada que ver con la pelea entre grupos.
Afortunadamente, no fui descubierto, ya que habría sido muy complicado para la familia con la que vivía. No temía por mí mismo en ese sentido, ya que si algo me hubiera sucedido, yo creía, tendría que haber una respuesta e investigación por parte de las autoridades. Normalmente, cuando la pandilla asesinaba a amigos y otras personas del barrio, no podíamos hacer nada: denunciar el crimen no habría logrado nada y además, habría traído represalias. La lección más grande que aprendí en mis primeros meses en Colombia fue que la vida de los pobres no valía nada.
En la foto, en el extremo derecho, está Hugo. Era el jefe de las milicias. La noche en que tomamos las fotos, entré en el barrio bajo el amparo de la oscuridad; era importante que ningún informante me viera. Rápidamente me llevaron a su casa, donde conocí a su familia. Después de charlar y hablar sobre la dinámica del conflicto en la ciudad, nos dirigimos a encontrarnos con los demás milicianos en una terraza donde estaban construyendo un apartamento rudimentario. Estaba completamente oscuro e imposible de ver. Para poder enfocar la cámara, pedí a uno de ellos que encendiera una cerilla antes de tomar cada una de las fotos.
El joven en el centro, cuyo nombre no recuerdo de memoria, era un apasionado seguidor de un equipo de fútbol local, el Independiente Medellín. Semanas antes, lo había visitado en su casa, que era una choza de madera y metal corrugado en lo alto de la colina. Allí, me mostró su posesión más preciada: una fotografía suya con la leyenda del fútbol Carlos Valderrama.
Unos años después, Hugo fue asesinado por los de la Cañada en un tiroteo. Su muerte marcó el inicio del fin de las milicias. El grupo se habían degradado con los años con cada nueva victoria territorial: los nuevos miembros que se unieron a las milicias cuando sus pandillas capitulaban carecían de la formación política de la milicia original y el hecho que quedaban pocos sobrevivientes que habían pasado por la formación política y militar del ELN quería decir que cada vez se diluía ésa identidad de “revolucionario.” Al final, la filosofía política se sacrificó en aras de la “necesidad” militar, y las milicias se volvieron más parecidas a las pandillas, mientras que las pandillas se volvieron un poco más como las milicias, ya que sus viejos hábitos de abuso y asesinato dentro de su propia comunidad habían fomentado una rebelión silenciosa dentro del barrio que llevó a la pandilla al borde de la extinción.
Finalmente, las milicias fueron vencidas en 1999 y una paz temporal llegó a las calles de la Sierra y la Cañada, y en todas partes intermedias. Nos maravillamos y disfrutamos de las libertades recuperadas y pudimos restablecer antiguas amistades de barrios “prohibidos”. Pero la paz duró poco tiempo: dentro de unos meses, empezaron a aparecer grafitis en las paredes que decían “AUC Somos Todos”, y antes de darnos cuenta, estábamos inmersos en otro conflicto territorial. Esta vez, era la pandilla Cañada contra los paramilitares del Bloque Metro de la Sierra. Un nuevo ciclo y una nueva tragedia habían comenzado. Pero esa es otra historia.

Retorno a Cacarica
Bajo Atrato, el Chocó · 2000
Habían huido de sus hogares bajo una lluvia de bombas y balas en febrero de 1997. Las fuerzas armadas colombianas, en conjunto con los paramilitares del ACCU, habían lanzado la Operación Génesis, que supuestamente era una ofensiva anti-guerrilla, pero que iba dirigida contra la población civil de afro-colombianos que habitaba las cuencas de los ríos Cacarica y Salaquí. Ochenta y seis personas de la comunidad habían sido asesinadas en la ofensiva, y los supervivientes habían huido río abajo, y por el Río Atrato hasta Turbo, donde habían vivido los últimos tres años en el coliseo de la ciudad y en un puñado de chozas de madera.
La noche anterior del retorno a su territorio, habían desfilado por las calles de Turbo para exigir Justicia, Verdad y Solidaridad. Habían celebrado una misa en memoria de sus muertos, donde viudas y vecinos recordaban y lloraban lágrimas casi imperceptibles mientras las frágiles llamas de las velas parpadeaban al viento.
En la mañana del 2 de marzo de 2000, embarcamos en dos chalupas para atravesar el Golfo de Urabá y navegar por el río Atrato. Dejamos a las viudas en el muelle. Dijeron que no regresarían a donde aún había tanto dolor y también porque eran demasiado mayores para trabajar la tierra. Así inició el primer retorno a Cacarica.
La foto es de cuando estuvimos subiendo el Río Cacarica y acercando nuestro destino final.
El silencio reinaba mientras las dos chalupas se acercaban a nuestro destino final. Para la mayoría, era la primera vez que regresaban al territorio desde su huida hace tres años. Observé a la gente en las embarcaciones de madera que llevaban los nombres de los asentamientos que fundarían al día siguiente: Nueva Vida y Nueva Esperanza en Dios.
Permanecimos en silencio durante minutos. Cada uno con sus propios recuerdos y pensamientos, que mantenían velados y cercanos. Fue un momento sereno y sentí que tenía una gran importancia. Estábamos en una vasta catedral verde, envueltos por el canto del zumbido y el murmullo de la selva. ¡En silencio! Ni un bebé, ni un niño emitía el más mínimo sonido; todo lo que se podía escuchar era el suave ronroneo de los motores y el ligero sonido de las quillas de madera surcando el agua tranquila, ligeramente rizada por la brisa.
Estos territorios habían sido refugio para los afro-colombianos durante más de dos siglos y más allá. Habían abierto sus brazos y cohabitado con colonos que huían de la codicia y la violencia de tierras vecinas. La bendición que los protegía y los aislaba de los conflictos y la violencia que azotaban al resto de la nación era la de ser tierra desconocida más allá de las fronteras de la “civilización”. Pero su maldición era que también se les consideraba una tierra rica en oro, madera, biodiversidad y agua, lo que traía conflictos al territorio.
Para las comunidades afro-colombianas que habían poblado las tierras baldías del Chocó, la Operación Génesis fue el principio del fin. Las bombas comenzaron a caer y las balas a volar poco antes de que la comunidad de Salaquí iba a recibir el título colectivo de sus tierras ancestrales bajo la ley 70 de 1993.

El Éxodo
Valle de Aburrá · 2000
En agosto de 2000, más de mil personas desplazadas de varios asentamientos en las periferias de Medellín y Bello tomaron la autopista entre Medellín y Bogotá para protestar las deficientes condiciones de vida de 35 asentamientos subnormales ubicados en Valle de Aburrá. También, se oponían a la orden de desalojo emitida por la Alcaldía de Medellín contra 400 familias del asentamiento Mano de Dios y se exigía el cumplimiento de las reubicaciones de las familias de tres asentamientos El Pinal, Vallejuelos y El Picacho.
Curiosamente, estos últimos tres asentamientos perecieron en incendios entre 2001 y 2003.Había estado visitando y colaborando con las comunidades de desplazados desde que llegué a vivir en Medellín en enero de 1999 y había fotografiado en muchas de las comunidades donde la mayoría de la gente provenían del Oriente Antioqueño, el Chocó, Urabá y también el sur-este Antioqueño.En el imagen, los manifestantes acampados en la autopista hacen fila para recibir comida. Se alojaban en abrigos de plástico negro como se ve en la foto.

Paro armado de las FARC y desplazamientos masivos
San Rafael, Antioquia · 2000
Familias campesinas huyen pasando junto a vehículos quemados en la carretera que conduce al pueblo de San Rafael (Antioquia) después de recibir la orden de abandonar sus veredas por parte de las guerrillas de el Noveno Frente de las FARC.
Las guerrillas habían ordenado un “paro armado” en la carretera entre Santuario y San Carlos en el este de Antioquia. Cualquier vehículo que viajara por la carretera sería quemado. Nadie estaba completamente seguro de la razón, pero muchos especulaban que se debía a que una semana antes los transportistas no habían obedecido una orden de no utilizar sus vehículos. El lunes 14 de agosto de 2000, las FARC habían quemado varios autobuses y dos estaciones de servicio en San Rafael y habían matado a tres personas, un comerciante y dos guardias.
Después, quince autos y camiones fueron quemados con varias motocicletas. Estos bloquearon la carretera entre San Rafael y el embalse de Playas, donde las guerrillas los habían detenido en un retén. Llegamos a San Rafael tres días después a encontrar que la policía no había podido anotar las placas de los vehículos destruidos. Nos pidió que los anotáramos, ya que tenían miedo de abandonar su comisaría y acudir a la escena.
Donde los carros quemados, encontramos con un constante flujo de campesinos desplazados quienes caminaban bajo un sol abrasador en busca de refugio en San Rafael. Muchos habían caminado durante más de cinco horas. Contaron que no habían visto a ningún guerrillero, pero que habían recibido la orden de abandonar sus aldeas y sabían que era mejor no ignorar la instrucción. En total, 800 personas huyeron al casco urbano.
Los campesinos y habitantes del pueblo quedaron atrapados en medio de las batallas y los crímenes de cada una de las bandas enemigas, de paramilitares y guerrilleros, y parecía que cada semana o cada mes había un “paro armado” de las guerrillas y asesinatos selectivos, y también masacres y asesinatos selectivos cometidos por los paramilitares o por la fuerza pública.
De las personas que huían de las veredas por los embalses al pueblo, muchas habían realizado el mismo viaje anteriormente y sabían exactamente a dónde se dirigían. Sabían que esperarían días o semanas en el pueblo antes de poder regresar a sus fincas. También, sabían que era probable en un futuro cercano tendrían que repetir la travesía una y otra vez.

Arremetida paramilitar en el Oriente Antioqueño
Granada, Antioquia · 2000
Una mujer reacciona mientras una familia lleva un ataúd desde la morgue con el cuerpo de una víctima de un masacre cometido el día anterior – el 3 de noviembre de 2000 – por paramilitares del Bloque Metro. El grupo armado asesinó a 19 personas en las calles de Granada. Antioquia.
La versión de los hechos que relataron los testigos presenciales fue que los paramilitares entraron al pueblo llevando brazaletes similares a los utilizados por la guerrilla del ELN y abrieron fuego contra cualquier persona que encontraron en las calles del pueblo. La naturaleza arbitraria de su ataque parecía diseñada para aterrorizar a la población, aunque el comandante paramilitar que ideó el ataque luego afirmó que solo habían apuntado a simpatizantes de la guerrilla, lo cual no era cierto.
La versión contada por la policía y reportada inicialmente por el canal de televisión RCN fue que, al engañar a los habitantes del pueblo, los paramilitares abrieron fuego y ejecutaron a aquellos que habían aplaudido a las falsos guerrilleros. Esta versión no corroboró los relatos de los testigos presenciales del pueblo.
La policía, la cual es una unidad militar fuertemente armada, no se enfrentó al grupo armado paramilitar y permaneció en el comando, ya que afirmaron que los falsos guerrilleros habían sitiado el edificio. No hubo señales físicas de tal enfrentamiento. Después de la matanza, los paramilitares del Bloque Metro se retiraron y dejaron a los habitantes de Granada recoger y llorar a sus muertos.
El día del entierro masivo de la mayoría de las víctimas, regresé con la fotógrafa de la revista Semana, Natalia Botero, y encontramos dos cadáveres tirados en el asfalto a pocos kilómetros de Granada. (El día anterior habíamos encontrado otros dos cadáveres en el mismo lugar). Las guerrillas del ELN habían ejecutado a los dos hombres como un acto de venganza por la masacre paramilitar. Uno de ellos era un policía que, cuando estaba de descanso, había sido detenido en un retén guerrillero el mes anterior, y el otro era un ayudante de conductor en una escalera que provenía de un pueblo controlado por paramilitares. Su destino desafortunado fue pagar el precio por el crimen de otros – lo cual no es un evento poco común en el conflicto colombiano.
Más tarde en el pueblo, mientras una larga fila de ataúdes acompañada por cientos de dolientes era llevada desde la iglesia y subía la colina hacia el cementerio, se escucharon ráfagas de disparos de ametralladora desde las colinas al noreste. Supuse que eran guerrilleros de las FARC que disparaban al aire mientras observaban desde lejos la procesión fúnebre. Lo interpreté como una declaración de que también vengarían la masacre a su manera. Me volví hacia un colega y compartí mi predicción de lo que vendría. “Sabes qué!” dije. “Los guerrilleros van a venir aquí y volar por los aires esa comisaría. Le doy tres semanas.”
No tomaron tres semanas sino cuatro. El 6 de diciembre de 2000, una carro bomba de 400 kilos colocada por guerrilleros de las FARC explotó y destruyó el comando, más de cien casas y cincuenta tiendas. Luego, 600 guerrilleros sitiaron el pueblo y cuando se retiraron al día siguiente, el saldo final de su venganza fue un pueblo medio destruido y 25 muertos, entre los cuales eran cinco policías.

Las Amigas Guerrilleras
La Macarena, Meta · 2001
Dos jóvenes guerrilleras pasean juntas con conos de helado durante un evento grandioso organizado por las FARC para entregar a cientos de soldados y policías capturados en combate.
Fue con gran pompa y circunstancia que la guerrillera de las FARC montó un espectáculo alrededor de una ceremonia para entregar a cientos de prisioneros – o como algunos prefieren decir, rehenes o secuestrados – la mayoría de los cuales habían sido capturados cuando los insurgentes tomaron las bases militares de Las Delicias, Patascoy y Miraflores, así como las localidades de Mitú y Peñas Coloradas entre 1996 y 1998. La liberación masiva tuvo lugar el 28 de junio de 2001 y estuvo acompañada de una gran exhibición de cientos o miles de las filas guerrilleras, desfiles, discursos de comandantes guerrilleros e incluso habían torres de vigilancia en las que se montaron ametralladoras pesadas en grandes trípodes de metal, como se acostumbra ver en las películas sobre campamentos de prisioneros de guerra.
La prensa nacional e internacional estuvo presente y muchos campesinos fueron llevados en camiones volquete a la ceremonia. La guerrillera estaba haciendo una declaración, una muestra de fuerza, y todo transcurrió según lo planeado hasta que, en el momento decisivo, el cielo se abrió y un aguacero cayó sobre todo el desfile. Todo parecía desintegrar en un pánico, menos lo de los uniformados. A mi me tocó seguir tomando fotos sin poder abrigarme. Me quedé mojado hasta los calzoncillos, el agua pasaba por encima de las películas que luego quedaron descoloradas en partes y una camera u otra sufrió un baño que luego oxidó hasta las hojas del diafragma – trabajaba con tres cámaras, como que unas semanas había perdido casi todo en un atraco en una autopista de lo cual todavía no me había recuperado.
Poco antes del aguacero, vi a estas dos jóvenes desde la distancia y de inmediato me desplacé desde el punto de observación desde el cual había decidido fotografiar los eventos para acercarme. Ambas comían helados, lo cual llamó mi atención, ya que recordé esa época de la adolescencia en la que es tan importante ser parte del grupo, hacer las mismas cosas y tener las mismas opiniones. No vi a dos jóvenes que estaban en las guerrillas; vi a dos jóvenes, quizás todavía adolescentes, que compartían un paseo y un helado durante un gran evento, que probablemente recordarán con cariño si sobrevivieron a los siguientes quince años de conflicto antes de que las FARC se desmovilizaran.
En los años posteriores, me reuní con varias mujeres que se unieron a las guerrillas, la mayoría de las cuales fueron reclutadas durante el período de 1999-2002, cuando las FARC obtuvieron una zona desmilitarizada del tamaño de Suiza por el presidente Andrés Pastrana, y la mayoría de ellas se sintieron atraídas por el grupo insurgente debido a las armas, los uniformes y el respeto que ser guerrillera les otorgaba en comunidades campesinas olvidadas, así como por la necesidad de escapar de la servidumbre en sus familias y de la monotonía de sus vidas. Muy pocas de las que conocí estaban motivadas por alguna filosofía política. Cuando veo esta imagen, me vuelvo a recordar de la tragedia del conflicto armado en Colombia, y cuando veo la fotografía, me pregunto si sobrevivieron a los años posteriores de conflicto.

Masacre Paramilitar
Peque, Antioquia · 2001
Una joven se encuentra en la puerta de su casa junto a un ataúd funerario recién entregado, aún envuelto en su papel marrón. En la pared, los asesinos de uno de los ocupantes de la casa han escrito el nombre de su grupo, “AUC Bloque Norte”: un bloque paramilitar perteneciente a las Autodefensas Unidas de Colombia.
Peque estuvo a merced de los paramilitares entre el 3 y el 10 de julio de 2001, cuando unos 800 paramilitares armados entraron en el municipio desde el vecino Buriticá. En su camino hacia el casco urbano, los paramilitares asesinaron campesinos y quemaron varias casas que provocaron oleadas de campesinos que huían ante ellos. Cuando llegaron al pueblo, ocuparon la Alcaldía y saquearon muchos negocios y hogares y citaron todo todos los habitantes y los desplazados que habían llegado del campo a la plaza central donde le tenían retenidos para buscar “colaboradores de la guerrilla, a quienes mataron. A otros que decían eran “colaboradores” les sacaron de sus casas para matarles. En total masacraron 8 personas en el pueblo.
Permanecieron por más de una semana y cuando finalmente abandonaron el municipio, sin haber sido molestado por la fuerza pública, se llevaron consigo unas 3000 cabezas de ganado, supuestamente para reemplazar el ganado que las FARC les habían quitado, y secuestraron a 52 hombres que actuarían como arrieros.
El enorme éxodo de 800 paramilitares armados, sus 52 rehenes arrieros y 3000 cabezas de ganado se dirigieron sin obstáculos hacia Buriticá e Ituango, aunque este último fue atacado por guerrilleros de las FARC cuando entraron en el municipio vecino.
Peque es uno de los municipios más pobres de Antioquia y está literalmente en un camino que no lleva a ninguna parte – encajonado entre el Nudo de Paramillo y un pronunciado descenso hacia el Valle del Río Cauca. Después de la ocupación y masacre, el municipio entre los más pobres de Antioquia se quedó más pobre todavía. La gente de la zona rural quedaron a su suerte para regresar y comenzar a recoger los pedazos y contar sus pérdidas. Y para aquellos que habían perdido a familiares en la masacre paramilitar, además del trauma, había que pagar los entierros y pagar los ataúdes.

Desplazamientos masivos después de la masacre de Bojayá
El Chocó · 2002
El 2 de mayo de 2002, las guerrillas de las FARC combatieron con los paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas de las AUC y las guerrillas de las FARC de la 58ª Front. Durante el combate entre los dos grupos, una bomba cilíndrica lanzada por las guerrillas cayó en una capilla donde cientos de civiles se habían refugiado. 74 personas murieron en la explosión, muchas de las cuales eran niños. La masacre es la más famosa cometida durante el conflicto armado colombiano, aunque muchos de los detalles más finos no son tan conocidos.
Después de la masacre, las fuerzas armadas colombianas comenzaron operaciones en la zona con bombardeos aéreos de las guerrillas en retirada que afectaron a muchas comunidades, incluida la población de Puerto Contó. Cientos huyeron de los bombardeos en canoas motorizadas y se dirigieron a la capital departamental de Quibdó.
Llegué tarde a Quibdó, ya que me había afectado una intoxicación alimentaria a medida que se desarrollaban los eventos. El Ejército bloqueaba el acceso por el río a Bojayá, pero proporcionó un helicóptero para muchos periodistas de la prensa que volarían a la pequeña comunidad a orillas del río, donde el general Mario Montoya realizó un acto de teatro para las tripulaciones de noticias y los reporteros reunidos. No volé con los periodistas, ya que Montoya ordenó a la prensa por importancia y pensé que era mejor que un joven reportero de radio afrocolombiano local ocupara el último lugar, por lo que no insistí en que yo también fuera llevado. Todos los demás recolectores de noticias, incluyéndome a mí, venían de fuera del Departamento del Chocó. Había trabajado con frecuencia en el departamento desde 1997 y había acompañado a muchas comunidades afectadas por la guerra, y no se me escapó que la única vez que los equipos de noticias parecían llegar era cuando ocurría algún desastre o masacre. De lo contrario, lugares como el Chocó y sus habitantes no existen.
Había notado la falta de empatía del General por los afro-colombianos cuando preparaba a la prensa antes del vuelo. A pesar de que un gran número de civiles había perecido en medio de la batalla, inicialmente creíamos que había más de cien muertos, el General se refería a la gente como “negritos”, un término que encontré muy despectivo. Se lo señalé a algunos otros periodistas presentes, pero ninguno de ellos estuvo de acuerdo. Pensé que el general era un hombre cruel y carente de empatía.
Así que, como no fui a Bojayá, fui al muelle y descubrí que las personas desplazadas por los bombardeos aéreos estaban llegando en canoas motorizadas y desembarcando. Esta mujer llamó mi atención. Era como si la sorprendiera desprevenida, ya que estaba vestida para algún evento cuando todo debió haberse desatado. Con su vestido rojo y anillos de oro, me pregunté si se había vestido para la iglesia u otro evento. El reproductor de CD me hizo pensar que estaría cerca de su casa y tuvo tiempo de tomar lo que era más valioso y práctico de llevar.
Me vi a mí mismo en ella, ya que a menudo me había preguntado qué tomaría si surgiera una emergencia y me obligara a huir de mi hogar en un instante. ¿Qué llevarías si todo lo que pudieras llevar fuera lo que puedes llevar en un instante? Es una pregunta que imagino muchos de los millones de desplazados durante el conflicto se han tenido que hacer a sí mismos, si tuvieran el tiempo. Pero entonces, muchos ni siquiera tienen esa breve ventana de oportunidad, y la vida es todo y lo único que realmente tenemos.

“Perder” – las huellas del control paramilitar
Magdalena Medio y Urabá · 2008
El proyecto “Perder” es un viaje a través del Magdalena Medio y la puerta de entrada a Urabá, trazando las historias de las vidas de varias personas antes de ser obligadas a huir debido al conflicto armado. Durante el transcurso del proyecto, que completé en tres semanas, también me encontré con nuevas historias de pueblos y aldeas poco conocidos donde los habitantes estaban a merced de los grupos armados y las cargas de la pobreza. La idea inicial era presentar el trabajo con las grabaciones que había realizado durante el viaje para una exposición sobre el desplazamiento, “Destierro y Reparación”, en el Museo de Antioquia. Desafortunadamente, el salón que me asignaron para la exposición fue cambiado por el museo en el último momento y tuve que rediseñar la exposición unos días antes de la inauguración.
Las grabaciones se perdieron más tarde en un atraco callejero, pero había transcrito los testimonios, por lo que no todo se perdió. Todos perdemos en algún momento u otro, y entre más expuestos que seamos, más riesgos corremos de “pagar los platos rotos”. Así, lo que encontré durante el recorrido era un país donde las comunidades pobres son completamente desamparados: viven a la merced de aquellos quienes llevan más poder. Casi sin excepción, la gente solía decir “Nos quitaron todo” y “Perdimos todo.” Fue el constante durante “Perder,” lo cual soñaba en resaltar con las grabaciones, ya perdidas.
El viaje fue fascinante, donde me aparté del camino trillado y confié en la buena gente de Colombia para guiarme y educarme. Cuando terminé la investigación en el Magdalena Medio, fui detenido por la Armada y retenido por el ya extinto DAS. Estaban enfadados porque la “evidencia” que tenía estaba en una forma bastante rara y anticuada – una película negativa de 120 para una cámara TLR de los años 60 que no tenían medios para procesar y verlo. Finalmente me liberaron cuando establecieron que no podían deportarme y cuando recibían presiones de personas que había informado de mi detención. Me ocurrió que si fuera un pobre sin una red de apoyo, podría haber perdido todo como suela pasar en este bendito país. Meses después, los mismos agentes fueron detenidos por formar parte de redes paramilitares en la región.
He incluido dos imágenes y textos cortos de la obra. Ambas son historias trágicas de dos inocentes que perdieron la vida debido a la avaricia y la crueldad de otros que tenían poder sobre ellos. Ambas historias las encontré por casualidad mientras anduve tras de las historias de otros eventos en los territorios afectados por la violencia y el control arbitrario de actores armados.
La primera es la historia de Cecilia. Ella fue violada, asesinada, desfigurada y desaparecida, presumiblemente por paramilitares en el pueblo de San Blas, que era la capital de los paramilitares del BCB en el Magdalena Medio. La segunda es de Adalberto a quien fue degollado por sicarios pagados por un político local en una disputa de tierras. Ambas historias fueron contadas por sus antiguos vecinos cuyas identidades no revelo.
Desde que terminé esta investigación en septiembre de 2009, por pura serendipia he encontrado con personas de la diaspora que huyeron de des varios de los pueblos que visité. Ellos me han profundizado algunas temas y cuentos de lo ocurrido y me han permitido comprender con más profundidad las tragedias personales del momento de la victimización y el rumbo que les ha tocado tomar después de perder para salvaguardar lo que más vale – la vida.